jueves, 13 de marzo de 2008

Julieta, un amor binario




La conocí en mis años mozos, allá por 1985 y confieso, fue amor a primera vista.
La atracción fue instantánea y lamentablemente creo que no mutua. Para Julieta yo era otro más; un perfecto desconocido,

y claro, con la importancia de su cargo y lo atareado de sus días, Julieta no podría prestarme atención ni por un segundo; a menos que los 20 irritables y celosos guardianes encargados de su custodia, me permitieran acercarme a ella, algo absolutamente inverosímil. La entrada a su despacho estaba restringida. Los simples mortales cómo yo, solo podíamos conformarnos con verla trabajar a través de una ventana, siempre y cuando, hubiésemos sido lo suficientemente astutos –o tontos- para sacrificar los 30 minutos asignados para el lunch y llegar primero obteniendo un lugar privilegiado. Muchas veces había que pelear a codo limpio para encontrar algún resquicio, algún pequeño hueco entre cabezas y axilas para poder admirar su belleza. Desde esa ventana, se podían escuchar los suaves ronroneos que Julieta emitía, era verdaderamente delicioso y alucinante verla trabajar, tan eficientemente, tan robusta y preparada, tan concentrada, tan hermosa…
Su impecable eficacia, entregaba en segundos cientos de reportes a otros tantos privilegiados que podían acercársele a centímetros, sus chispeantes ojos centelleaban de gusto al terminar cada uno de los trabajos encomendados, y el cadencioso ritmo de trabajo, despertaba en nosotros, -los no elegidos- un cúmulo de pasiones.
Julieta nació en Estados Unidos por allá de 1970; su padre fue Seymore Cry un brillante científico gabacho nacido en Wisconsin y graduado en ingeniería eléctrica y matemáticas en la universidad de Minesota. Julieta fue trasladada a Lázaro Cárdenas Michoacán y contratada para trabajar en SICARTSA (Siderúrgica Lázaro Cardenas las Truchas, S.A.). Los directivos de esta empresa no dudaron ni un segundo en enrolar a Julieta en las filas de SICARTSA, su impresionante currículum e intachable reputación, fueron elementos determinantes para la toma de decisiones. Los jefes, también se enamoraron de Julieta… ¿Qué podría esperarme?
Fue e 1982, cuando mi jefe me asignó unilateralmente el trámite diario de los reportes de producción del Molino de Barras del área de Laminación de la paraestatal. ¡Que placer!, ¡Agradecí la tiranía!, con esta designación, se abrió la oportunidad de tener un encuentro cercano con Julieta. Por fin dejaría de ser un desconocido para ella, por fin podría escuchar sus ronroneos sin ventanas, sentir su cadencia al trabajar y recibir directamente de ella mis reportes… Por fin estaría cerca de ella.
Mi corazón latía fuertemente cuando llegué a la primera cita, el guardia de seguridad exigió ver el gafete que me autorizaba a estar dos veces al día con Julieta. Nervioso busqué entre mis ropas el salvoconducto. ¡No estaba!, Fui tan estúpido de dejarlo en mi escritorio, fui tan estúpido de arruinarlo todo… El guardia negó categóricamente mi entrada, y sentenció: “esta vez le entregaré su reporte aquí afuera, la siguiente vez que venga, deberá traer consigo el gafete, si vuelve a olvidarlo, pediremos que le sustituyan por otra persona”. (Alguien menos estúpido, pensé yo). Chingao, hubiera deseado tatuarme con fuego el maldito gafete justo en la frente, para no olvidarlo jamás, no quería volver a poner en riesgo esta prometedora relación. Volví a la hora estipulada con el gafete en mano, las orillas del enmicado lastimaban dolorosamente mi palma, pues mis dedos se aferraban al gafete como si en ello les fuera la vida. El guardia finalmente autorizó mi entrada al templo sagrado. Cientos de sonidos hasta ahora desconocidos, invadieron mis sentidos, el olor a tinta fresca, a papel matriz, a silicona y circuitos electrónicos sacudió mi ser, un hormigueo recorrió cada centímetro de mi cuerpo y el corazón amenazaba con emprender un viaje solitario por senderos inimaginables. Estaba frente a ella, frente a la más nueva y moderna supercomputadora jamás fabricada por el hombre, la estupenda UNIVAC , el equipo informático de 30 millones de dólares más codiciado y protegido de América latina en 1982. Estaba frente a Julieta.
Cómo todos los amores, el nuestro se fue asentando y amainó, convirtiéndose en una relación estable. Por tres años, dos veces al día acudí religiosamente a nuestra cita, ella jamás me dirigió la palabra, pero noté el fervor con el que imprimía mis reportes, mudos testigos del amor que me profesó. Ahora la recuerdo con cariño, con mesura y agradecimiento. Julieta tu eres la responsable de este gran cariño que tengo por la informática, todas las computadoras que han pasado por mis manos, llevan una pequeña parte de ti. Nunca te olvidaré.

Este artículo se publicó en el periódico Ecos de la Costa de Colima, México el 13 de marzo de 2008.
Ahíla