sábado, 7 de junio de 2008

El memorable 1973



Corría el año de 1973 y una mañana de sábado de cualquier mes, mi padre Don Alfredo Álvarez Gutiérrez dio un anuncio con la característica parsimonia paternal, muy necesaria para su gusto en esos casos: “encargué una chingonería y llega hoy”, esa frase parca y tan gustada por nosotros, se tomaba cómo voz de guerra para que todos nos olvidáramos de otras actividades y obligaciones que tuviéramos pendientes. Curiosamente, nadie salió de casa ese día y nerviosamente,

de vez en vez nos turnábamos para rondar a mi papá, quien con una sonrisa traviesa se hacía el disimulado. Sonó el timbre de la puerta y todos quedamos a la expectativa, don Alfredo se levantó de su sillón preferido, con paso lento y taimado se dirigió al recibidor, cruzo un par de palabras y billetes con un emisario desconocido y regreso con una gran caja de galletas gringas, cerrada con masking-tape (El contenido evidentemente era fayuca encargada por mi papá, y pasada clandestinamente por la aduana de Juárez). Mi padre le puso demasiada crema a sus tacos para abrir la caja, tardando en desempacarla, exactamente un segundo menos que los necesarios para que a la comitiva en pleno le diera el patatús. Mientras ritualizaba la apertura de una manera un tanto sátira y lenta (para mi ansioso gusto), los cinco chiquillo que por hijos tenía, más la esposa, la suegra, “el Rufo” (nuestro querido Ovejero Belga) y un par de pericos chismosos, -que sospecho no sabían de que se trataba el asunto-, observábamos en semicírculo el desvelamiento de lo que imaginábamos sería el acontecimiento más impactante jamás conocido por humano alguno. El desencanto fue generalizado cuando de la caja salió una especie de regulador de voltaje Koblenz de esos negros con rayitas verticales y un largo cable de calibre 16, con clavija de plástico. Los partícipes del cónclave casero nos quedamos viendo unos a otros con cara de “¿juat?”. Mi padre disfrutó cómo enano del momento y la expectativa, y sin decir palabra alguna conectó el artefacto al tomacorriente, luego a la tele; nos obsequió un par de “chingaos”, dos pares más de “coños y carajos”, refunfuñó otro tanto y de pronto…. Aparece la imagen en la “Trinitron” del más hermosos y apasionante juego de video jamás visto por nosotros, el Pong. Un tablero electrónico de ping-pong, que te permitía manipular la bola a través de unos “Joysticks” a manera de palanca con un botón para poner pausa o reiniciar.

Este fue el primer contacto que tuve con una consola de videojuegos, sin duda el inicio de mi gran fascinación por la tecnología. La consola era una ATARI modelo 1972, la primera, la mamá de los videojuegos.

Luego de media hora de atarantamiento natural por tan sorprendente tecnología, mi padre, haciendo gala de su impecable galantería, invitó Doña Norma Luján -su esposa, mi madre-, para participar en el primer gran juego de pong que se dio en nuestra casa. El resto de la comitiva miraba con fascinación los movimientos de la blanca pelotita “cuadrada” que se desplazaba de un lado al otro, aplicando los efectos que con la raqueta virtual se le daban.
Ese fue el inicio de una gran congregación de “Pongistas”, las retas fueron haciéndose más extensas cada vez, cada sesión de juego, los cinco hijos de Don Alfredo invitábamos a más y más amigos a participar, por su cuenta mi padre invitaba a sus amigos y las competencias no podían estar mejor. En ese tiempo –cómo ahora- los chiquillos demostramos tener un mayor control sobre las nuevas tecnologías que “los ancianos de 40 años”. Al cartucho de Pong, le sustituyó el de Invaders, luego Bricks, después Martians y así, cuanto juego lanzó ATARI.
Fueron veranos muy felices y tiempos inolvidables en que una simple –literalmente- consola de juegos, pudo estrechar en mucho, los entrañables lazos familiares y amistosos.

La modernidad y los inmensos avances de las nuevas tecnologías han aumentado considerablemente las funciones de los juegos de vídeo, logrando incluso que en una misma partida, en vivo y a todo color, 64 o más jugadores de cualquier idioma, desde cualquier parte del mundo, sin conocerse ni tener la menor intensión de hacerlo, lleven cabo una batalla virtual o un plan de estrategia tal, que logren un objetivo común a miles de kilómetros de distancia, hablando idiomas completamente diferentes. Cierto, esto es comunicación, pero por más que me apasionen lo juegos en línea, ¿como voy a cambiar jugar dos horas con 63 personas que no conozco, ni jamás conoceré, por un solo minuto del año de 1973, de cualquier sábado, de cualquier mes, jugando Pong con la vieja ATARI, en la calidez de mi hogar, rodeado de mis padres, mis hermanos y tantos, tantos seres queridos?.

Este artículo se publicó el 8 de mayo de 2008, en el periódico Ecos de la Costa de Colima, Colima, México


Ahí’la.